Adviento y Navidad

“[Los] advientos en nuestros corazones. Deben parecerse a la espera de la recolección: El labrador aguarda el fruto de la tierra durante todo el año o durante algunos meses. En cambio, la mies de la vida humana se espera durante toda la vida.

La mies de la tierra se recoge cuando está madura, para utilizarla en satisfacer las necesidades del hombre. La mies de la vida humana espera el momento en el que aparecerá en toda la verdad ante Dios y ante Cristo, que es Juez de nuestras almas.

La venida de Cristo en Belén anuncia también este juicio. ¡Ella dice al hombre por qué le es dado madurar en todos estos advientos, de los que se compone su vida en la tierra, y cómo debe madurar él!"

(San Juan Pablo II Hom. 14 Dic 1980)

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Artículos

Fundamento de nuestra Fe

Jesús, es aquel santísimo Nombre anhelado por los Patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la Gracia. Leer más.

El tiempo de tu Redención se acerca

[En] Adviento, cuando empezamos a contar los días que nos acercan a la Natividad del Salvador, [vemos] la realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad… Leer más.

El Niño Jesús, recién nacido

Estando en Misa de Navidad, Santa Matilde vió que del Rostro del Niño salían cuatro rayos que llenaban las cuatro partes del mundo; significaban la Vida y Doctrina santísimas de Cristo que iluminaban todo el Universo. Leer más.

El fin de año que te lleva a María

En esta tarde del 31 de diciembre se entrecruzan dos aspectos desiguales: el primero, vinculado al fin del año civil; el segundo, a la solemnidad litúrgica de María Santísima Madre de Dios, que concluye a las ocho días de la santa Navidad. El primer acontecimiento es común a todos; el segundo es propio de los cristianos. El entrecruzarse de las dos perspectivas confiere a esta celebración un carácter singular, en un clima espiritual particular que invita a la reflexión. Leer más.

El Verbo Encarnado

“En la persona de Cristo hay una doble naturaleza: es Hijo de Dios e Hijo del hombre, pero un solo Señor.

Porque si ha asumido la condición de siervo ha sido movido por su Misericordia y de ningún modo forzado por la ley de la necesidad.

Por virtud de su Poder se ha hecho paciente,
se ha hecho mortal y, para destruir el poder,
que sin autoridad alguna
había tomado el pecado y la muerte,
asumió la naturaleza humana con su debilidad
y se abrazó al sufrimiento,
sin que su naturaleza Divina, con su Omnipotente Fuerza, perdiera nada de su Gloria."

(San León Magno, Padre y Doctor de la Iglesia, sermón 45)

Fundamento de nuestra Fe.

Santísimo Nombre de Jesús: 3 de enero

Jesús, es aquel santísimo Nombre anhelado por los Patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la Gracia.

No pienses en un nombre de poder, menos en uno de venganza, sino de Salvación. Su Nombre es Misericordia, es perdón. Que el Nombre de Jesús resuene en mis oídos, porque su Voz es dulce y su Rostro bello.

No dudes, el Nombre de Jesús es fundamento de la Fe, mediante el cual somos constituidos hijos de Dios. La Fe de la religión católica consiste en el conocimiento de Cristo Jesús y de su persona, que es luz del alma, franquicia de la vida, piedra de salvación eterna. Quien no llegó a conocerle o le abandonó camina por la vida en tinieblas, y va a ciegas con inminente riesgo de caer en el precipicio, y cuanto más se apoye en la humana inteligencia, tanto más se servirá de un lazarillo también ciego, al pretender escalar los recónditos secretos celestiales con sólo la sabiduría del propio entendimiento, y no será difícil que le suceda, por descuidar los materiales sólidos, construir la casa en vano, y, por olvidar la puerta de entrada, pretenda luego entra a ella por el tejado.

No hay otro fundamento fuera de Jesús, Luz y Puerta, guía de los descarriados, lumbrera de la Fe para todos los hombres, Único medio para encontrar de nuevo al Dios Misericordioso, y, una vez encontrado, confiarse de Él; y poseído, disfrutarle. Esta base sostiene la Iglesia, fundamentada en el Nombre de Jesús.

El Nombre de Jesús es el brillo de los predicadores, porque de Él les viene la claridad luminosa, la validez de su mensaje y la aceptación de su Palabra por los demás. ¿De dónde piensas que procede tanto esplendor y que tan rápidamente se haya propagado la Fe por todo el mundo, sino por haber predicado a Jesús?

¿Acaso no es por la luz y dulzura de este Nombre, por el que Dios nos llamó y condujo a su Gloria? Con razón el Apóstol, a los elegidos y predestinados por este Nombre luminoso, les dice: en otro tiempo fueron tinieblas, pero ahora son luz en el Señor.

Caminen como hijos de la luz. ¡Oh Nombre glorioso, Nombre suave, Nombre amoroso y santo! Por Tí las culpas se borran, los demonios huyen vencidos, los enfermos sanan, los atribulados y tentados se robustecen, y se sienten gozosos todos. Tú eres la honra de los creyentes, Tú el maestro de los predicadores, Tú la fuerza de los que trabajan, Tú el valor de los débiles. Con el fuego de tu ardor y de tu celo se avivan los santos ánimos, crecen los deseos, se obtienen los favores, las almas contemplativas se arrebatan; por ti, en definitiva, todos los bienaventurados del Cielo son glorificados.

Haz, dulcísimo Jesús, que también nosotros reinemos contigo por la fuerza de tu Santísimo Nombre.

Fuente: Escritos de San Bernardino de Siena

"A medida que crezca nuestra confianza
en la Providencia,
mayor será el cuidado que Ella
tendrá de todas nuestras necesidades.”

(San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia)

El tiempo de tu Redención se acerca

Adviento

[En] Adviento, cuando empezamos a contar los días que nos acercan a la Natividad del Salvador, [vemos] la realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad, para acercarlas a Él, unirlas a la Iglesia, extender el Reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos.

De un lado, la soberbia, la sensualidad y el hastío, el egoísmo; de otro, el amor, la entrega, la misericordia, la humildad, el sacrificio, la alegría. Tienes que elegir. Has sido llamado a una vida de fe, de esperanza y de caridad. No puedes bajar el ritmo y quedarte en un mediocre aislamiento.

Podemos remontarnos hasta las humildes alturas del amor de Dios, del servicio a todos los hombres. Pero para eso es preciso que no haya rincones en el alma, donde no pueda entrar el sol de Jesucristo.

Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de Él; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida ——el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras— llena de Dios.

Abran los ojos y levanten la cabeza, porque su redención se acerca (Lc 21,28), [leemos] en el Evangelio. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria. Pídelo conmigo a Nuestra Señora, imaginando cómo pasaría Ella esos meses, en espera del Hijo que había de nacer. Y Nuestra Señora, Santa María, hará que seas alter Christus, ipse Christus, (otro Cristo, ¡el mismo Cristo!)

Fuente: Es Cristo que pasa, de san Josemaría Escrivá de Balaguer

"Cristo es la Luz eterna de las almas,
ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su Rostro,
podamos esperar
las cosas eternas y celestiales,
nosotros que antes nos hallábamosimpedidos por la oscuridad de este mundo.”

(San Ambrosio, Padre y Doctor de la Iglesia,
Coment. al Salmo 43)

El Niño Jesús, recién nacido

Nacimiento del Salvador: 25 de Diciembre

Estando en Misa de Navidad, Santa Matilde vió que del Rostro del Niño salían cuatro rayos que llenaban las cuatro partes del mundo; significaban la Vida y Doctrina santísimas de Cristo que iluminaban todo el Universo.

Le pareció ver a Dios Padre como Rey Poderoso que, sentado en trono de marfil decía al alma: "Ven, recibe al Unigénito y Coeterno Hijo de mi Corazón y hazle presente en todos los que con devota gratitud celebran su Santísima y Eterna generación realizada en Mí".

Vió entonces salir del Corazón de Dios un resplandor que se adhirió al corazón de su alma con semejanza de un Niño lleno de luz. El Niño se inclinaba en el pecho de cada una de las hermanas y besaba sus corazones como amamantado tres veces. En el primer beso sorbió todos sus deseos; en el segundo, su buena voluntad; en el tercero, toda la diligencia que ponían en el canto, las inclinaciones, las vigilias y los demás ejercicios espirituales.

Y escuchó al Padre Celestial que le decía: "Acércate a la Virgen Madre de mi Hijo y pídele te dé su Hijo con todo el gozo que experimentó al darlo a luz, con los bienes que derramó en Ella para salvación de todo el mundo". Al acercarse encontró al Niño recostado en el pesebre y envuelto en pañales. Le dijo entonces el Recién nacido:

"Apenas nací en el mundo se me envolvió con pañales y fajas de modo que no podía moverme, como señal de haberme entregado incondicionalmente al poder y para bien de los hombres con todos los bienes que traje del siglo. El que está fajado no tiene ningún poder, no puede defenderse, se le puede arrebatar todo lo que posee.

De igual modo, cuando salí del mundo y fui clavado en la Cruz, no podía hacer ningún movimiento como señal de haber entregado a los hombres todo el bien que hice con mi humanidad. En efecto, entregué al hombre Mi vida y todos mis bienes Divinos y humanos. Por eso el hombre puede tomar confiadamente todas mis cosas; éste es mi deseo, a fin de que disfrute con el mayor provecho de todos mis bienes.”

Después, le pareció contemplar al Amor Divino, sentado junto a la bienaventurada Virgen María y santa Matilde le pide: "Vamos, Amor dulcísimo, enséñame a ofrecer a este Niño las atenciones que se merece".

Le responde el Amor: "Quien desee atenderle de una manera digna hará todo con aquel amor que Dios acogió en Sí mismo la naturaleza humana. De este modo, todo lo que haga será muy grato a Dios".

Entonces, Matilde toma al Niño y lo estrecha contra su corazón tan estrechadamente que llega a escuchar y sentir sus mismos latidos. En una sola pulsación concentraba tres fuertes latidos seguidos de otro más leve. El Niño le dice a la sorprendida Matilde: “Los latidos de mi Corazón no eran como los de los demás hombres. Mi Corazón latió con tal fuerza desde la niñez hasta la muerte, que eso le hizo expirar tan pronto en la Cruz.

El 1er latido brota del Amor Todopoderoso de mi Corazón, tan impetuoso que superé con paciencia y mansedumbre todas las contrariedades del mundo y la crueldad de los judíos.

El 2º proviene de mi Amor Sapientísimo, por el que me regía a Mí mismo y todas Mis cosas con prudencia. Con Él ordenaba sabiamente cuanto existe en el Cielo y en la tierra.

El 3º nace de la Ternura Divina que me penetró profundamente y me hizo dulces todas las amarguras de este mundo, hasta la amarguísima muerte se hizo dulce y agradable al aceptarla por la salvación de los hombres.

El 4º latido, más leve, significa la Bondad de Mi humanidad: amable, acogedora, accesible a la imitación de todos."

Fuente: Libro de la Gracia Especial de Santa Matilde de Hackeborn.

"El único nacimiento digno de Dios
era el procedente de la Virgen;
asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciera de Ella
no fuere otro que el mismo Dios.

Por esto el Hacedor del hombre,
al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que  formar para Sí, entre todas,
una madre tal cual Él sabía que había de serle conveniente y agradable.”

(San Bernardo, Doctor de la Iglesia
Homilía sobre la Virgen Madre, 2)

El fin de año que
te lleva a María

La siempre Virgen María, Madre de Dios:
1 de enero

En esta tarde del 31 de diciembre se entrecruzan dos aspectos desiguales: el primero, vinculado al fin del año civil; el segundo, a la solemnidad litúrgica de María Santísima Madre de Dios, que concluye a las ocho días de la santa Navidad. El primer acontecimiento es común a todos; el segundo es propio de los cristianos. El entrecruzarse de las dos perspectivas confiere a esta celebración un carácter singular, en un clima espiritual particular que invita a la reflexión.

El primer tema, muy sugestivo, está vinculado a la dimensión del tiempo. En las última horas de cada año solar asistimos al repetirse de algunos "ritos" mundanos que, en el contexto actual, están marcados sobre todo por la diversión, con frecuencia vivida como evasión de la realidad, como para exorcizar los aspectos negativos y favorecer improbables golpes de suerte.

¡Cuán diferente debe ser la actitud de la comunidad cristiana! La Iglesia está llamada a vivir estas horas haciendo suyos los sentimientos de la Virgen María. Juntamente con Ella está invitada a tener fija su mirada en el Niño Jesús, nuevo Sol que ha surgido en el horizonte de la humanidad y, confortada por su luz, a apresurarse a presentarle "las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos" (Gaudium et spes, 1).

Así pues, se confrontan dos valoraciones de la dimensión "tiempo": una cuantitativa y otra cualitativa. Por una parte, el ciclo solar, con sus ritmos; por otra, lo que San Pablo llama la "plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), es decir, el momento culminante de la historia del universo y del género humano, cuando el Hijo de Dios nació en el mundo.

El tiempo de las promesas se cumplió y, cuando el embarazo de María llegó a su fin, "la tierra —como dice un salmo— dio su fruto" (Sal 66,7). La venida del Mesías, anunciada por los profetas, es el acontecimiento específicamente más importante de toda la historia, a la que confiere su sentido último y pleno. Las coordenadas histórico-políticas no condicionan las decisiones de Dios; el acontecimiento de la Encarnación es el que "llena" de valor y de sentido la historia.

Los que hemos nacido dos mil años después de ese acontecimiento podemos afirmarlo, por decirlo así, también por experiencia, después de haber conocido toda la vida de Jesús, hasta su Muerte y su Resurrección. Nosotros somos, a la vez, testigos de su Gloria y de su humildad, del valor inmenso de su venida y del infinito respeto de Dios por los hombres y por nuestra historia. Él no ha llenado el tiempo entrando en él desde las alturas, sino "desde dentro", haciéndose una pequeña semilla para llevar a la humanidad hasta su plena maduración.

Este estilo de Dios hizo que fuera necesario un largo tiempo de preparación para llegar desde Abraham hasta Jesucristo, y que después de la venida del Mesías la historia no haya concluido, sino que haya continuado su curso, aparentemente igual, pero en realidad ya visitada por Dios y orientada hacia la segunda y definitiva venida del Señor al final de los tiempos. La maternidad de María, que es a la vez acontecimiento humano y Divino, es símbolo real, y podríamos decir, Sacramento de todo ello.

En el pasaje de la carta a los Gálatas San Pablo afirma: "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). Orígenes comenta: "Mira bien que no dice: nacido a través de una mujer; sino: nacido de una mujer" (Comentario a la carta a los Gálatas: PG 14, 1298). Esta aguda observación es importante porque, si el Hijo de Dios hubiera nacido solamente a través de una mujer, en realidad no habría asumido nuestra humanidad, y esto es precisamente lo que hizo al tomar carne de María.

Por consiguiente, la maternidad de María es verdadera y plenamente humana. En la frase "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" se halla condensada la verdad fundamental sobre Jesús como Persona Divina que asumió plenamente nuestra naturaleza humana. Él es el Hijo de Dios, fue engendrado por Él; y al mismo tiempo es Hijo de una mujer, de María. Viene de Ella. Es de Dios y de María. Por eso la Madre de Jesús se puede y se debe llamar Madre de Dios.

Madre de Dios: cada vez que rezamos el Ave María nos dirigimos a la Virgen con este título, suplicándole que ruegue "por nosotros, pecadores". Al finalizar un año, sentimos la necesidad de invocar de modo muy especial la intercesión maternal de María Santísima en favor del mundo entero. A Ella, que es la Madre de la Misericordia Encarnada, le encomendamos sobre todo las situaciones a las que sólo la Gracia del Señor puede llevar paz, consuelo y justicia.

"Para Dios nada es imposible", dijo el ángel a la Virgen cuando le anunció su Maternidad Divina (cf. Lc 1, 37). María creyó y por eso es Bienaventurada (cf. Lc 1, 45). Lo que resulta imposible para el hombre, es posible para quien cree (cf. Mc 9, 23). Por eso, al terminar el año, entreviendo ya el amanecer del nuevo año, pidamos a la Madre de Dios que nos obtenga el don de una fe madura: una fe que quisiéramos que se asemeje, en la medida de lo posible, a la suya; una fe transparente, genuina, humilde y a la vez valiente, impregnada de esperanza y entusiasmo por el Reino de Dios; una fe que no admita el fatalismo y esté abierta a cooperar en la Voluntad de Dios con obediencia plena y gozosa, con la certeza absoluta de que lo único que Dios quiere siempre para todos es amor y vida. ¡Oh María, alcánzanos una fe auténtica y pura! Te damos gracias y te bendecimos siempre, Santa Madre de Dios. Amén".

Fuente: Vísperas de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, 31 de diciembre de 2006 por S.S. Benedicto XVI

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