Artículos Recientes

"Pecadores e ignorantes son enviados a predicar, para que se comprenda que la fe de los creyentes está en la virtud de Dios,
no en la elocuencia ni en la doctrina".
(San Beda, Padre y Doctor de la Iglesia)
(Catena Aurea, Vol. IV)

Madre siempre Virgen

“La Virgen María
hizo nacer de su fértil seno y puro cuerpo
a Aquel que se hizo visible para nosotros,
e incluso Ella fue creada por el Creador invisible.

Virgen en la concepción,
virgen en elembarazo,
virgen mientras llevaba en el seno a su hijo,
[virgen después del parto],
virgen para siempre.."

(San Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia, sermón 186,1)

Historia de un malhechor

Cuenta el P. Raíz, cómo un joven, muerto su padre, fue mandado por la madre a la corte de un príncipe. Su madre, que era devotísima de la Virgen, al despedirlo le hizo prometer que todos los días rezaría un Ave María con esta jaculatoria: "Virgen bendita, ayúdame en la hora de la muerte".

Llegado a la corte, el poco tiempo el joven se hizo tan desenfrenado que el príncipe lo despidió. Desesperado y no sabiendo qué hacer, se convirtió en asaltante de caminos; pero, con todo, no dejaba de rezar lo que le había prometido a la madre. Por fin cayó en manos de la justicia y fue condenado a muerte.

En la cárcel, poco antes de ser ejecutado, pensando en su deshonra y en el dolor que le iba a causar a su madre y espantado por la muerte que le esperaba en el horca, lloraba desconsolado. Al verlo el demonio oprimido por tan gran tristeza, se le apareció en forma de un apuesto joven y le dijo que él podía librarlo de la cárcel si hacía lo que le mandara.

El condenado aceptó a todo. Entonces el fingido joven le manifestó que era el demonio que venía en su ayuda. En primer lugar, le exigió que renegara de Jesucristo y de los Santos Sacramentos. El joven aceptó.

Enseguida le exigió el demonio que renegar de la Virgen María y que renunciara a su protección. "Esto no lo haré jamás", respondió al instante el joven; y volviéndose hacia María le dijo su acostumbrada oración: "Virgen bendita, ayúdame a la hora de la muerte". Al oír estas palabras, desapareció el demonio.

El joven quedó afligido por la infamia que había cometido de renegar de Jesucristo. Pero recurriendo a la Virgen le pidió un gran dolor de todos sus pecados, luego se confesó muy arrepentido y deshecho en llanto. De camino a su ejecución, en un nicho, vio una imagen de María, y él la saludó con su acostumbrada oración: "Virgen bendita, ayúdame en la hora de la muerte". Y la estatua, a la vista de todos, inclinó la cabeza saludándolo. Él, enternecido, pidió que le dejaran besar los pies de la imagen. Los cuidadores no querían, pero ante el alboroto que se estaba armando entre el pueblo, le dejaron.

Se inclinó el joven para besar los pies de la imagen; entonces María extendió el brazo y lo tomó de la mano tan fuertemente que no había manera de soltarlo. Ante tal maravilla, todos empezaron a gritar pidiendo perdón para el condenado a muerte. Y le fue concedido el perdón.

Vuelto a su patria llevó una vida ejemplar, viviendo con sumo fervor su devoción a María que le había librado de la muerte temporal y eterna.

Fuente: Las Glorias de María de San Alfonso Ma. de Ligorio, Doctor de la Iglesia

«Te reconozco, Señor, en Tu humildad,
de tal modo que yo no debo temerte en Tu gloria.

Te abrazo en Tu modestia,
de tal modo que puedo desearte en Tu grandeza,
porque Tú vienes clemente
a aquellos que te desean.
»

                                      (San Agustín, Enarraciones Sal 66,10)

Todo por amor

Escrito de inspiración privada por Gabrielle Bossis †1950
con nihil obstat e imprimatur del Arzobispado de París

¿Crees que Yo necesito que Me insinúen los detalles de Amor? ¿Crees que ande Yo corto en invenciones de Amor? Lo único indispensable es que Me muestres siempre tu pobreza y Me manifiestes tus necesidades.

Yo Me llegaré a ti con una Riqueza tanto más grande cuanto más te haya dado. Pero los medios, la forma, la manera, todo ese trabajo delicado de afinamiento, déjalo a la facultad de Mi Amor. ¿Sabes tú que cada alma tiene una manera especial de ser conquistada? Lo mismo que tiene también una manera suya de rehusarse una vez, o dos, o más; lo cual llena de amargura Mi Corazón hambriento.

Yo Soy el Pescador de perlas. ¡Cómo se ven en Mi Mano, vivientes y nacaradas! ¡Y qué cuidados debo tomar para que no se caigan y ensucien en el lodo! Y luego son Mi Corona de Gloria. Porque no hay santidad sin amor y el amor de la creatura es el triunfo del Amor del Creador.

¿No has pensado nunca que mientras más amas, más cerca estás de Mí? ¡Oh! Reanima tus deseos de alcanzarme. . . aun a costa de la vida. Considera la Tierra como nada en sí; como un simple medio de pagar el encuentro en el secreto de nuestra Morada. Ella te espera y Yo te espero en Ella.

Claro que te recibo, alma Mía, aun cuando te encuentres seca y sin gusto espiritual. No te endurezcas; déjate ir en Mí. Como un cuerpo que flota al gusto de las aguas. Yo Soy esas Aguas, Yo Soy la Inmensidad. Tú no puedes saber a dónde te llevo, pero puedes abandonarte a Mí. Desea que tu marcha Me procure la mayor Gloria. Desea ser la dulzura de Mi Corazón. ¿No tengo acaso derecho a algunos privilegios?

¿Derecho a los favores que se dan al escogido del corazón? Cuando tú Me dices: “Jesús amado, te doy todo lo que tengo en la vida”, ¿no piensas al mismo tiempo que Yo te he dado mucho más? Pues lo que tú Me das. Yo te lo había dado. Convéncete en que todo lo que tienes lo has recibido de Mí y que Yo te lo he dado no para desplegar Mi Potencia, tampoco sin algún motivo preciso, sino por un Amor inexpresable.

Y los Dones están a tu medida, según tu camino, para que alcances el fin especial de tu vida. Tienes todo cuanto te hace falta para realizar el alma especial en la que Yo soñé al crearte. ¿Me viste acaso cuando te creé? Entonces, no puedes saber el Cariño que he consagrado a tu alma desde hace tanto tiempo, desde siempre…

Te pido, pues, que no Me tengas por demasiado exigente cuando tan seguido te digo que Me lo des todo. Debes comprender que el único objetivo de la vida Soy Yo. Eres todavía demasiado pequeña para que te lo diga, pero el objetivo único es el sufrimiento, porque el sufrimiento es el medio más seguro para acercarse a Mí y asemejarse a Mí.

Sin embargo, cuando tú te tomas algo agradable dándome las gracias de que te lo concedí, ésto Me complace y Me honra. Y como sé que eres débil y miserable, Mi Providencia te procura todos esos pequeños contentamientos y de los cuales espontáneamente Me diste las gracias. Y cada vez que Me manifiestas tu gratitud y tu alegría, Yo tengo para ti una bendición.

La pequeña esposa está sobre el Corazón del Esposo. No lo siente, pero recibe un consuelo y tiene mejor disposición de consagrarse al servicio del prójimo. ¡Qué bien siento cuando te entregas al servicio de los demás! Pero es cuando lo haces por Mí y no solamente por pura amabilidad.

Aguza y purifica tu mirada; haz cuanto puedas por asegurar nuestra intimidad. ¿No sientes que todavía no está del todo segura? ¿Que es intermitente? ¿Que con frecuencia se ve perturbada por pensamientos terrenos y extraños? Sólo Yo. Tu Único. Piensa que nada existe sino por Mí.

¿Ya lo ves? Lo que hace la santidad es la fidelidad y la delicadeza de conciencia en una estrecha intimidad; en un amor que se extiende más y más porque considera Mis Perfecciones infinitas y no puede tratar de entenderlas sin sentir que se le encienden fuegos nuevos. La santidad consiste en quererme siempre; la condenación está en rechazarme diciendo (como el diablo): ‘No Te serviré’. ¿No crees que es algo espantoso rechazar a Dios? Porque rechazarlo a Él es lo mismo que rechazar el Amor y toda posibilidad de amar, ya que fuera de Dios todo es nada.

Alma, consérvate siempre pequeña, como la pequeña Santa Teresa y tus acciones Me encantarán. Atribúyeme a Mí todo cuanto tienes de bueno y reconoce solamente por tuyas las imperfecciones que hay en cuanto emprendes; mírate tal y como eres, débil, pobre y, sin embargo, enamorada de ti misma.

Considera la cantidad enorme de pensamientos que te consagras y los pocos que, en comparación, Me dedicas a Mí y a los intereses de Mi Reino. No, despréndete de ti misma y adóptame a Mí. Yo Soy tu Padre, tu Centro, tu Fuente; Soy Aquél en Quien tú te mueves y respiras. Yo, el Amor. Y para que tu pensamiento no se separe de Mí, hazlo todo por amor de Mi Voluntad amorosa. Nada hay más dulce. Muchos viven para un hombre; pero es mejor para ti vivir para tu Dios. Tómame y no Me dejes. No temas que Me canse, pues nunca
se agota Mi Alegría de estar en una creatura Mía que piensa. Y, ¿qué otro pensamiento podría parecerle más dulce que el pensamiento de su Dios y Salvador? Aprende a conocerme y con eso aprenderás a amarme.

Tu vida será amable; tus días, envidiables. Irradia a Cristo tanto como puedas; cuenta Conmigo. ¿Quieres que Yo también cuente contigo? ¿Me permites que te espere para que tomes parte en un trabajo para Mi Gloria? ¿Te gustaría consagrarte a la conversión de los pecadores; por lo menos de aquéllos que tú conoces y con los cuales conversas con familiaridad y que se han puesto en estado de perdición?

Ora pues, con el corazón henchido, por esas almas que viven en la miseria. Recuerda que salvando a otro te salvas tú misma. Tú eres para Mí un punto de mira: ¿no debo serlo también Yo para ti? ¿No debo tener tu mirada interior llena de alegría y de cariño? Con frecuencia Me la das, pero la deseo más todavía. Estoy como espiándola. Que cada hora que suena, alma mía, te acerque a Mi Corazón.

¿Estás dispuesta a comprender que las alegrías pueden servirme tan bien como las tribulaciones, si tú Me las das y las vives para Mí y reconoces en ellas otros tantos dones Míos? Y si Me amas más, Yo Soy libre para hacer feliz a quien Yo quiera y tanto como quiera. Tú también, en ocasiones, gustas de dar alguna pequeña sorpresa y te gozas en ella. No debe extrañarte el que Yo Me alegre también cuando Me das las gracias por Mi Superabundancia. Y Mis Dones no se Me acaban, todo lo tengo a Mi disposición.

Que tu corazón se ensanche, como fundido con el Mío por tantas delicadas Providencias, de las cuales no conoces sino una pequeña parte; el resto lo verás en el Más Allá. No es posible que te imagines la inmensidad de Mi Amor, aunque ya te has sentido algunas veces deslumbrada por Mis Gracias. Incluso, en ocasiones te sientes como agobiada por Mis Favores, Favores que nadie puede merecer.

Atribúyelo todo a Mi Bondad, nunca a tus méritos, pobre alma de pobre… Escóndete bajo el manto de Mis Virtudes. Yo sobrepaso todas tus medidas y puedo cubrirte toda; el Padre no Me verá más que a Mí.

Fuente: El y yo de Gabrielle Bossis

«El tiempo no es más que una corrida hacia la muerte.
Morimos cada día, porque cada día perdemos una parte de nuestra vida; creciendo decrecemos, y partimos con la muerte el día que creemos disfrutar por entero.

Así, al entrar en la vida, ya empezamos a andar hacia la muerte y a salir de la vida.»

                                      (San Agustín, Lib. 13 de Civit. c. 10)

Tesoro de valor Infinito

Dos doctores de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, enseñan, que el adorable sacrificio de la Misa es de un valor Infinito, tanto por razón de la Víctima, como por la del sacerdote que la inmola.

La Víctima ofrecida es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; y el primer Sacrificador, es el mismo Jesucristo. ¿De dónde viene, entonces, que tantos cristianos hacen tan poco caso de este inestimable tesoro? Si hasta hoy ¡oh cristiano lector! fue para ti la Santa Misa un tesoro escondido, ahora que ya conoces su valor infinito, quisiera que tomaras una resolución eficaz de aprovecharte de él, asistiendo todos los días a la Santa Misa.

Para concluir de animarte a la práctica de una obra tan piadosa y fecunda en resultados espirituales y aún temporales, voy a referirte un ejemplo terrible que pondrá el sello a toda la obra. El Papa Pío II cuenta que un caballero de los más distinguidos de Italia, después de haber perdido la mayor parte de su inmensa fortuna, se había retirado a una aldea suya para vivir allí con más economía. Al poco tiempo se vió atacado de una grande y negra melancolía que no le dejaba un momento de tranquilidad, hasta el punto de querer abandonarse a la desesperación y quitarse él mismo la vida.

En medio de luchas interiores tan horribles recurrió a un piadoso confesor, quien, le dio un excelente consejo: "No deje usted pasar, le dijo, un solo día sin oír la Santa Misa, y no tenga usted ningún temor". Este aviso agradó tanto al caballero, que se apresuró a ponerlo en ejecución y con el objeto de asegurar más y más la facilidad de su cumplimiento, tomó un capellán para que le dijese Misa todos los días en el castillo.

Un día, tuvo este sacerdote que ir muy temprano a otra villa distante, para ayudar a otro compañero que celebraba la primera Misa. Nuestro piadoso caballero, no queriendo pasar un solo día sin asistir al adorable Sacrificio, salió del castillo en dirección a la villa con el fin de oír allí la Santa Misa. Como iba a un paso muy acelerado, un aldeano que lo encontró en el camino le dijo que podía volverse a su casa, porque la Misa del nuevo sacerdote había concluido y no se celebraba ninguna otra.

Al oír esta noticia se llenó de turbación, y dijo: "¿Qué será de mí en este día? Quizá sea hoy el último de mi vida". Asombrado el aldeano de verle así, le dijo: "No te desconsueles señor: con mucho gusto te vendo la Misa que acabo de oír. Dame la capa que cubre tus hombros y te cedo la Misa, con todo el mérito que por ella pude haber contraído delante de Dios".

El caballero tomó la palabra del aldeano, y después de haberle entregado muy gozoso su capa, continuó su viaje a la iglesia para rezar allí sus oraciones. Al regresar al castillo y llegado al sitio donde se había verificado el indigno cambio, vio al infeliz aldeano colgado de un árbol como Judas Iscariote. Dios había permitido que la tentación de ahorcarse, que tanto atormentaba inicialmente al caballero, se apoderara de aquel desgraciado que, privado de los auxilios que había alcanzado por medio de la Santa Misa, no tuvo fuerzas para resistir. Horrorizado a vista de semejante espectáculo, comprendió una vez más toda la eficacia del remedio que su confesor le había dado, y se confirmó en la resolución de asistir todos los días al Santo Sacrificio.

A propósito de este caso, quisiera hacerte dos observaciones: La primera es concerniente a la monstruosa ignorancia de aquellos cristianos que no apreciando debidamente las inmensas riquezas encerradas en la Santa Misa, llegan a tratarle como si fuera un objeto de tráfico.

De aquí proviene esa manera de hablar tan inconveniente, que tienen ciertas personas, cuyo cinismo llega al extremo de preguntar a un sacerdote: "¿Cuánto me cuesta una Misa? ¿Quiere usted que se la pague hoy?" ¡Pagar una Misa! ¿Y en dónde encontrarán dinero equivalente al valor de una Misa, que vale más que el paraíso? ¡Qué ignorancia tan insoportable! La moneda que dan al sacerdote es para proveer a su subsistencia, pero no un pago de la Santa Misa, que es un tesoro que no tiene precio.

Tal vez, el demonio le ha dicho al oído: "Los sacerdotes presentan muy buenas y excelentes razones para inclinarnos a dar limosnas destinadas a la celebración del Santo Sacrificio; sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Bajo una apariencia de bondad, ellos buscan su provecho, pues cuando se penetra en el fondo de ciertas cosas, se comprende al fin que el interés es el único móvil de todo lo que hacen y de todo lo que dicen".

¡Ah! si eso crees te engañas miserablemente. Por lo mismo vuelvo a repetir lo que te dije al principio: asiste muy frecuentemente y da limosnas para hacer que se celebren en el mayor número posible, y de este modo amontonarás un rico y precioso tesoro de méritos, que te será muy provechoso en este mundo y en la eternidad.

La segunda observación que debo hacerte con relación al ejemplo que acabas de leer, es acerca de la eficacia de la Santa Misa para alcanzarnos todos los bienes y preservarnos de todos los males, especialmente para avivar nuestra confianza en Dios y darnos fuerzas con las cuales vencer todas las tentaciones. Permíteme, pues, que te diga una vez más: ¡A Misa, por favor, a Misa! si quieres triunfar de tus enemigos y ver al infierno humillado a tus pies.

Fuente: El Tesoro escondido de la Santa Misa por San Leonardo de Puerto Mauricio

«El tiempo no es más que una corrida hacia la muerte.
Morimos cada día, porque cada día perdemos una parte de nuestra vida; creciendo decrecemos, y partimos con la muerte el día que creemos disfrutar por entero.

Así, al entrar en la vida, ya empezamos a andar hacia la muerte y a salir de la vida.»

                                      (San Agustín, Lib. 13 de Civit. c. 10)

Tú puedes vencer la ignorancia

Si en el combate espiritual no tuviéramos dos armas: la confianza en Dios y la desconfianza en nosotros mismos, lo más probable sería que no podríamos vencer nuestras pasiones y caeríamos en muchísimas y graves faltas.

Por eso es necesario añadir a estas dos cualidades otras dos muy importantes: hacer buen empleo de nuestro entendimiento, y fortalecer nuestra voluntad.

El entendimiento es la facultad, aptitud o capacidad que tenemos de comparar, juzgar, razonar, o sacar conclusiones. Hay dos grandes vicios que pervierten y hacen mucho daño al entendimiento y son la ignorancia y la vana curiosidad.

El primer defecto: la ignorancia. Consiste en no saber lo que deberíamos saber, lo que nos convendría saber. La ignorancia impide al entendimiento poseer y conocer la verdad, la cual es el objeto para el cual fue hecha la inteligencia. Es de primerísima necesidad que el alma que desea llegar a la perfección se esfuerce por ir adquiriendo cada día más y más conocimientos espirituales, y por tratar de conocer cada vez mejor lo que debe hacer para llegar a la perfección y para adquirir las virtudes, y lo que se debe evitar para lograr vencer las pasiones.

¿Cómo se adquieren las luces que ahuyentan la ignorancia? Las tinieblas de la ignorancia se alejan con dos luces muy especiales. La primera de estas luces es la oración, el pedir frecuentemente al Espíritu Santo que nos ilumine lo que debemos hacer, decir y evitar. Jesús decía: "Mi Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden" (Lc 11,15). Y después añade: "El Espíritu Santo los guiará hacia la verdad plena y les recordará todo lo que Yo les he dicho (Jn 16,13).

El Espíritu Santo nos hablará muchas veces por medio de la Sagrada Escritura (si la leemos), especialmente de los Santos Evangelios. Nos hablará también por medio de la lectura de libros piadosos (si es que queremos apartar algunos ratos para dedicamos a leer) y muchísimas veces por medio de los predicadores y
de los superiores religiosos que Dios ha puesto para que nos guíen. Jesús dijo acerca de ellos: "El que los escucha, me escucha a Mí" (Lc 10,16). Por eso es tan importante sujetar nuestro juicio y parecer al de los superiores y directores espirituales.

De la intervención del Espíritu Santo depende en mucho el que se aleje nuestra ignorancia. Es necesario que nos dejemos programar por el Espíritu Santo. Hay que investigar qué será lo que el Divino Espíritu quiere de nosotros.

No se puede hablar bien o pensar debidamente u obrar como en verdad lo desea Dios, sin la iluminación del Espíritu Santo. Por eso es necesario decirle muchas veces, y todos los días "Ven Espíritu Santo".

Él es la fuente inagotable de imaginación y de buenas ideas. Él nos da un modo nuevo de mirar y apreciar a las personas, al mundo, a la historia, y a nosotros mismos. Él es el gran Pedagogo o Maestro que nos enseña cómo amar, cómo emplear bien nuestra libertad y el tiempo y los dones y cualidades que Dios nos dio y cómo conocer en cada caso qué será lo que más le agrada a Dios y qué es lo que a Nuestro Señor le desagrada.

La segunda luz para alejar la ignorancia es dedicarse continuamente a considerar y analizar las situaciones que se presentan y las cosas que queremos decir o hacer, para examinar si son buenas y nos convienen o son malas y nos pueden perjudicar, calificando lo que valen, no por las apariencias ni según la opinión del mundo, pues la Escritura dice: "Dios no se fija en lo que aparece al exterior sino en la santidad del corazón y en el valor interior" (1Sm 16,7) y valorarlas según la idea que nos inspira el Espíritu Santo.

Este modo de analizar y valorar las cosas y las situaciones, nos hará conocer con evidencia que lo que el mundo ama y busca con tanto ardor es ilusión y mentiras; que los honores y placeres de la tierra no son sino dolor y humo que se lleva el viento, como dice el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo vaciedad y aflicción de espíritu" (Ecl 1).

Y la Luz del Espíritu Santo nos hará ver que las humillaciones y ofensas y desprecios que nos hacen son para nosotros ocasiones de conseguir verdadera gloria para el cielo; que el perdonar y hacer bien a los que nos han ofendido es señal de que también nosotros seremos perdonados por Dios y que no seremos castigados con todo el rigor que merecen nuestros pecados; que el ser buenos con todos, aún con los malos y desagradecidos es hacernos semejantes al buen Dios que hace llover sobre buenos y malos y hace brillar el sol hasta sobre los mas ingratos.

El Espíritu Santo, si lo invocamos con fe nos irá convenciendo de que vale más renunciar a los placeres del mundo que vivir gozando de todo lo que se nos antoja. Que mucho más premio se gana obedeciendo humildemente que dando órdenes a muchos. Que el conocer y reconocer humildemente lo que somos es una ciencia que nos hace mayor provecho que todas las demás ciencias que nos pueden inflar de orgullo. Que el vencer y dominar los malos deseos y las malas inclinaciones y el llevarse la contraria en muchos pequeños deseos que no eran tan necesarios, nos puede conseguir una gran personalidad, y se cumplirá en nosotros lo que dijo el Libro Santo: "Quien se domina a sí mismo, vale más que quien domina a una ciudad" (Pr 16,32).

Fuente: El combate espiritual Padre Lorenzo Scúpoli 

«La embriaguez debilita el cuerpo y encadena el alma; la embriaguez engendra la turbación del espíritu, y llena el corazón de furor.

La embriaguez quita de tal modo la razón, que el hombre llega a no conocerse a sí mismo.

La embriaguez no es otra cosa que un demonio visible que a todos se manifiesta.»

(San Bernardo, Doctor de la Iglesia,
Modo bene vivendi, 25)

San Columbano y la Grulla

Mientras San Columbano (†615) vivía en lona, hizo venir a uno de sus hermanos religiosos para hablarle: "Anda, a partir de hoy, tres días hacia el oeste de esta tierra y siéntate de madrugada en la playa y espera; pues tres horas después de la puesta del sol llegará volando de la costa norteña de Irlanda un extraño huésped, una grulla, empujada por el viento y alejada de su rumbo natural por el aire: cansada y agotada caerá en la playa a tus pies y quedará allí tendida, perdida casi toda su fuerza.

Levántala amorosamente y llévala a la granja cercana: procura que la reciban bien allí y que le prodiguen toda suerte de cuidados durante tres días y tres noches; y una vez transcurridos los tres días, ya recobrada y poco dispuesta a demorarse por más tiempo con nosotros en nuestro retiro, emprenderá de nuevo el vuelo hacia aquella vieja y dulce tierra de Irlanda de donde vino, con despliegue de vigor una vez más; y si yo la recomiendo tan encarecidamente a tus cuidados, es porque en aquella tierra donde tú y yo crecimos, nació ella también."

El hermano obedeció, y al tercer día, tres horas después de la puesta del sol, se detuvo allí donde le había sido mandado en espera del prometido huésped que había de llegar, y cuando llegó y cayó en la playa, él la tomó y la llevó a la granja y le dio de comer, hambrienta como estaba. Y habiendo el hermano aquella tarde regresado al monasterio, el santo le habló, no como interrogatorio, sino como de algo ya transcurrido.

"Que Dios te bendiga, hijo mío -dijo él-, por tus bondadosos cuidados en favor de ese huésped peregrino, el cual no permanecerá mucho tiempo en su destierro, sino que pasadas tres puestas de sol, regresará a su propio país."

Y las cosas ocurrieron tal como el Santo las había predicho, pues al cabo de tres días de permanecer en casa, y estando junto a ella su hospedero, emprendió la grulla su primer vuelo hacia lo alto del cielo, y después de unos instantes de otear el horizonte para orientar su camino, se lanzó en línea recta por el tranquilo mar hacia Irlanda, estando el tiempo en suma calma.

Debemos ser bondadosos para con los animales, especialmente con aquellos que requieren de ayuda, sin que nos olvidemos de ser buenos con los seres humanos. Seamos piadosos con los refugiados que encontremos en nuestro camino, ya que todos somos exiliados de nuestra verdadera Patria: el Cielo.

Fuente:obracultural.org 

«Por débil que el hombre sea, siempre puede vencer con el auxilio de la Cruz...

La Cruz de Jesucristo, intrumento de la Redención del género humano, es justamente sacramento y modelo.

Es sacramento que nos comunica la gracia, y es ejemplo que nos excita a la devoción, porque, libres de la cautividad, tenemos la ventaja de imitar a nuestro Redentor.»

(San León Magno, Padre y Doctor de la Iglesia,
Serm. 62, sent 50 y Serm. 72,c. 1, sent. 59)

¡Mamá!

“En el rostro de toda madre se puede captar un reflejo de la dulzura, de la intuición, de la generosidad de María.

Honrando a la madre, honrarán también a la que, siendo Madre de Cristo, es igualmente Madre de cada uno de nosotros.”
                                      (San Juan Pablo II)

Tuve muchos problemas para ponerle un nombre a este artículo, hasta que una buena alma, seguramente iluminada por Dios, me dijo: “¡busca lo más simple! …”, y aquí es donde recordé una sola palabra que engloba el amor que cualquier persona, independientemente de su religión, nacionalidad o raza, entiende a la perfección en toda su potencia: ¡Mamá!

Esa sencilla palabra me trajo al rostro una cariñosa sonrisa y a la memoria, algunas expresiones que, a lo largo de la vida de la mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes, en cualquier parte del mundo, se reconocen automáticamente como frases auténticamente maternales [pueden variar un poco, pero el sentido es el mismo], tales como:

GPS materno busca-objetos:
- Mamaaaaaá, ¿donde están los tenis que me gustan?
- En su lugar.
- Pero, no los encuentro. Aquí no están.
- Si los busco y los encuentro ¿qué te hago?...
Nota: A la fecha no se sabe la fórmula usada por las madres, pero es un hecho que siempre terminan encontrando los objetos perdidos.

Preocupación maternal por la correcta alimentación y buena salud:
- En esta casa se come lo que hay, esto no es un restaurante…
- Tápate, que hace frío y te puedes enfermar.
- Bébete el jugo antes de que se le vayan las vitaminas.
- No te tragues el chicle, que se te va a pegar el estómago.
- No voy a tirar comida, ¿sabes cuántos niños se mueren de hambre en África?
- ¿Ya te lavaste las manos?

Recordatorio maternal de su autoridad y dominio en el hogar:
- Cuando tengas tu casa harás lo que quieras. Mientras vivas en esta casa se hará lo que yo diga.
- Esto no es un hotel en el que uno viene, come y se va.
- Antes de salir, comprueba que la estufa y las luces estén apagadas y cierra bien la puerta.
- Porque soy tu mamá y punto.

Reconocimiento de la paternidad y/o traslado de poderes al cabeza de familia:
- Eres igualito a tu padre.
- Pregúntale primero a tu papá, a ver qué te dice.

Alerta maternal sobre malas amistades y/o peligros:
- Mamá, es que todos mis amigos lo hacen…
- Y si todos tus amigos se tiran por un puente, ¿te tiras tú también?
- No aceptes dulces ni nada de un extraño.
- Que sea la última vez que... [cualquier cosa mala].
- Esa niña(o) no me gusta para ti.
- Te lo digo por tu bien.
- Voltea a los dos lados antes de cruzar la calle.

Educación básica:
- Por ¿qué?
- Por favor, mamá.
Nota: Delante de tus amigos, tu abuelita, tu tía, el vecino o el de la tortillería.
- Llámame cuando llegues.
- ¿Ya saludaste?

Nivel peligrosamente cercano a la ira materna y sus consecuencias:
- Te voy a contar hasta tres…
- Lúcete ahorita que hay visitas ¡lúcete!...
- ¿Me estás avisando o me estás pidiendo permiso?
- ¡Cuidadito me respondas!
- Síguele y te voy a dar razón para que llores.
- Recoge tu chiquero, porque sino no hay permisos.

Lógica maternal:
- Te lo llevo diciendo años, ahora viene Menganito, te lo dice, y le haces caso.
Nota: Es cierto, pasa.
- ¿Para qué me preguntas si vas a hacer lo contrario?
- Cuando tengas hijos, te acordarás de mí.
- ¿Quién te crees que soy? ¿tu sirvienta?
Nota: Muchos hijos se creen que el aseo de la casa, la limpieza de la ropa y la comida se hacen solos.
- Para mí siempre serás mi bebé…
- Todo te entra por una oreja y te sale por la otra.
- ¡No entiendo como una persona puede pasar todo el día en la computadora!

Y a pesar de la sonrisa que, tal vez, aflora a su rostro, mis queridos hermanos en Cristo, es muy penoso que el rol maternal, ante la sociedad actual, va a la baja… la mayoría de las mujeres ya no ven la maternidad como “parte del paquete” de ser mujer, como la esencia de su femineidad: No solamente se niegan a reconocerlo buscando desesperadamente el reconocimiento de su personita en los ámbitos social o laboral, sino que evitan por cualquier medio (lícito o no), tener hijos… creen que el tenerlos les ocasionará un retroceso en su ascenso al éxito profesional / social...

¿Y cómo culparlas total y aisladamente si incluso la sociedad les trasmite esa “necesidad convertida en derecho” de ser igual o mejor que el hombre —de esto ya hablé en artículos pasados así que no me detendré mucho en ello—, de demostrar que “ella también puede hacerlo y mucho mejor que él”… quieren hacerle creer, desde la más tierna edad que “son iguales”… ¡horror de errores! y pero aún aquellas mujeres que lo creen como si fuera verdad, ¡pobrecitas! pues ignoran la grandeza de su género dentro de su humanidad, grandeza que, si la descubrieran y la vivieran en plenitud, provocaría un éxito real en todos los ámbitos de su vida… grandeza que solamente en el Corazón de Jesús puede verse, disfrutarse, desarrollarse y reconocerse.

Hombre y mujer los creó (Gn 1,27), iguales en dignidad como seres humanos que son, pero diferentes: uno hombre, otro, mujer. El Señor concedió dones particulares a cada género que reflejan por sí mismos la perfección de Dios, de manera que entre los dos se complementen. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su Creador (cf. Gn 2,7.22).

El hombre y la mujer son, con la misma dignidad [pues los dos son personas, seres humanos], "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer" reflejan la Sabiduría y la Bondad del Creador (Catecismo de la Iglesia Católica CEC, 369)… y esto es lo que la “ideología de género” quiere borrar… ¡ay!, cómo duele siquiera pensarlo… con esto se quiere destrozar al ser humano, ya vemos los diabólicos intentos por imponer esto en las escuelas, en la enseñanza de los niños sin que los padres puedan o quieran intervenir u oponerse a ello…

Hace poco platicaba con un profesor aquí en México, que estaba asombrado y asustado ante la postura educativa, que bajo la engañosa fachada de “derechos humanos”, no permite a las niñas jugar con muñecas y a la casita —¡no vaya a ser que se forme como esclava del hogar!— y a los niños con juguetes de acción, carritos, etc. —porque eso lo hará violento y no respetará a la mujer y su éxito profesional—pues por la ideología de género, no hay distinción entre hombre y mujer... y recordábamos el caso reciente en Inglaterra (septiembre 2018, cfr. http://www.infocatolica. com/?t=noticia&cod=33168), donde Penny Mordaunt, Ministra de la Mujer e Igualdad del gobierno, quiere entender las razones detrás del aumento del 4,400 % en el número de niñas remitidas para el tratamiento de cambio de sexo en la última década: En Octubre del 2009, un total de 40 niñas fueron remitidas por médicos para recibir tratamiento de género. Para el 2017, ese número se había disparado a 1,806. En el caso de los niños, pasaron de 57 a 713 en el mismo período. En el mismo año, 800 niños en ese país recibieron inyecciones para detener el inicio de la pubertad, incluidos algunos de 10 años, y algunos también recibieron hormonas para comenzar el proceso de cambio de sexo.

En ese país —como en tantos otros—, se ha dado rienda suelta a la educación de la ideología de género y empiezan a verse los resultados: “Algunos educadores han advertido previamente que la promoción de las cuestiones transgénero en las escuelas ha «sembrado confusión» en las mentes de los niños y que alentar a los niños a cuestionar el género se ha «convertido en una industria». La Dra. Joanna Williams, autora del libro «Mujeres contra el Feminismo», dijo que las escuelas están «alentando incluso a los más pequeños a preguntarse si realmente son niños o niñas».

Un estudio reciente descubrió que casi dos tercios de los niños y adolescentes que dicen querer cambiar de sexo ya habían sido diagnosticados con graves trastornos de salud mental. Mientras que algunos médicos temen que los niños reciban tratamientos con hormonas sin la debida consideración de los efectos secundarios a largo plazo, que pueden incluir infertilidad y osteoporosis.” (ídem).

¿Y que pasa con los padres de familia?... las familias católicas, cuyo corazón reside en la madre y su fortaleza en el padre, tienen ante sí un reto que, más que nunca y humanamente hablando, parece imposible realizar: educar y formar a sus hijos en la Verdad, a pesar de que están rodeados de tantas malas voces que dicen lo contrario, que incluso les amenazan si encuentran oposición y que tienen el poder para perjudicarles gravemente a nivel social y educativo, comprometiendo su futuro en la sociedad.

Voces que son eco del plan diabólico para destrozar a las familias católicas, dejando una moral ambigua según el gusto y circunstancia de cada uno, una conducta regulada según la “opinión personal”, en lo que no hay nada malo nunca, en donde “todo se puede” y en la que basta que “a mí me parezca bueno” para que lo sea… algo que sólo puede ser la base del derrumbamiento social y de naciones enteras, porque recordemos que «la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (CEC 1603).

No, no exagero, solamente recuerden la advertencia de San Pablo (1Tm 4,1-3): en los últimos tiempos habrá algunos que renegarán de su fe, para entregarse a espíritus seductores y doctrinas demoníacas, seducidos por gente mentirosa e hipócrita, cuya conciencia está marcada a fuego… ellos rechazan el matrimonio. ¿Y qué es el matrimonio sino la unión de un hombre con una mujer para toda la vida, misma que Dios santifica por medio de su Sacramento y que está ordenado por su misma naturaleza al bien de los cónyuges y a la generación y educación de sus hijos? (cfr. CEC 1601).

La mujer actual al rechazar su rol femenino, obstaculiza la mejor parte que posee: su femineidad y lo hace al rehusarse a ser madre con todo lo que la maternidad implica: porque no es madre quien solamente engendra o quien ama a un hijo adoptivo y le cuida y atiende en sus necesidades de criatura. Es verdaderamente madre aquella mujer que se preocupa, sobre todo, de lo que no muere nunca, o sea, del espíritu, no sólo de lo que muere, o sea, de la materia.

De hecho, quien ame el espíritu, amará también el cuerpo, porque poseerá un amor justo y así cuidará también de las necesidades físicas del hijo, pero no las antepondrá a las del espíritu, al que formará y educará construyendo las bases firmes en la Fe que le haga digno de ser ciudadano del Reino de los Cielos y coheredero con Cristo (Cfr. Rm 8,17)… y con todo, vemos cómo se preocupan por ponerle al niño las vacunas, que coma o que vaya a escuelas que no enseñan la religión, que aprenda inglés (u otro idioma), pero no del Bautismo, de la Primera Comunión, de la práctica de las virtudes desde la más tierna edad, de visitar a Jesús Sacramentado desde sus primeros años, y la lista se va alargando…

Educar y formar a sus hijos en la Verdad. ¿Y qué Verdad es ésa, que mamá y papá deben conocer para poder enseñar a sus hijitos?, ¿quién es la Verdad? ¡Es Jesucristo, Dios y Hombre verdadero!, quien es además el Camino y la Vida (cfr. Jn 14,6); porque solamente Él, es el Camino con su ejemplo, la Verdad con su doctrina y la Vida con su Gracia.

A estas alturas muchos de ustedes me dirán que ya me desvié del tema, que ahora hablo de la familia y no de la madre…, pero no es así, recuerden que he dicho ya que la madre es el corazón de la familia, así lo afirma san Enrique de Ossó, gran pedagogo: educar a un niño es educar a un hombre; pero educar a una niña es educar a una familia (Estudio de pedagogía). ¿Lo dudan? entonces recuerden su infancia y vean incluso cómo, incluso ya de adultos, cuando uno siente la necesidad de “apapacho” se refugia en el corazón de su madre. Incluso en la cultura popular, se considera de gran insulto todo lo referente a la madre (y no tanto al padre), donde el insulto es el modo de herir al otro en lo más querido.

Bien, hemos definido ya lo que implica ser madre, hemos visto cómo toda mujer, quien está hecha para amar, alcanza todo el potencial de su femineidad ejerciendo la maternidad cristiana sobre sus hijos, quienes no necesariamente deben ser engendrados por ella. Y ¡ése es el punto clave!, o meollo del asunto, como quieran decirle…

Porque a la mujer, Dios le concedió con tal abundancia el don de la maternidad, que es capaz de ejercerla en todos los campos e instantes de su vida. Porque una mujer que se precie de serlo es siempre madre [sin importar su estado civil], por eso el éxito fuera de casa de las mujeres se puede entender desde su misma profesión, trabajo, pasatiempo, juego, deporte, etc.

Si la mujer se acepta, se entiende y se desarrolla en Cristo con los dones propios de su género, sobre todo el de la maternidad que, a mi parecer, es en realidad el amor sublimado volcado en beneficio del prójimo, entonces será capaz de amar de tal manera a su esposo, en caso de casarse, que no habrá mejor esposa a los ojos de su marido que ella, la belleza física que tal vez posea, será insignificante comparada con el amor que le profesará su esposo, amor que cubrirá incluso cualquier defecto físico ocasionado por la edad o la enfermedad con el paso del tiempo, porque le abrirá un universo de posibilidades para que él se desarrolle en el campo en que ella es maestra por naturaleza: el amor; y el hombre se elevará para ser ángel y junto a su esposa, alcanzará su fin supremo: Dios.

Si trabaja, al ejercer su maternidad en ese ámbito, podrá obtener más allá de los resultados esperados, pues su trabajo tendrá corazón, tendrá amor. ¡Y todo esto por el simple hecho de ser mujer!, parece increíble pero así es, santa Edith Stein, en sus conferencias sobre El ethos de las profesiones femeninas, afirma que «la palabra clara e irrefutable de la Sagrada Escritura expresa lo que, desde el comienzo del mundo, enseña la experiencia cotidiana: que la mujer está configurada para ser la compañera del hombre y madre de seres humanos. Para esto está dispuesto su cuerpo, al cual corresponde también una totalidad de hábitos [llamados actitud anímica], que en la vida profesional de un ser humano se presentan desde el interior como un principio configurador, es el “sello personal” de cada mujer en el trabajo.

De esta forma, continúa la santa, la mujer pone su sello en el trabajo, pues la actitud femenina natural, se dirige a lo personal vital y a la totalidad. Cuidar, custodiar y titular, nutrir y hacer crecer: ahí está su deseo natural, puramente maternal [por eso cuando ve a alguien en su trabajo enfermo, se apresura a darle mil recetas de tés y jarabes para que se cure rápido y se sienta mejor].

Su naturaleza no tiende, de primera instancia, a la abstracción de cualquier tipo, sino que privilegia lo concreto que ella percibe debe ser tutelado y desarrollado. Su modo de conocimiento natural no es tanto el analítico conceptual, ella prefiere ir a lo concreto, contemplarlo y sentirlo de lleno.

La mujer, en su función de compañera, se siente atraída para compartir la vida de otro ser humano y participar en todo lo que le afecta, en lo más grande y en lo más pequeño, en las alegrías y en los sufrimientos, pero también en los trabajos y problemas, constituyen su don y su felicidad.

El hombre va “a lo suyo”, y espera que los otros muestren al respecto interés y disponibilidad; en realidad, le resulta difícil acomodarse a otras personas y a sus cosas. Esto, por el contrario, le es natural a la mujer, y es capaz de penetrar empática y reflexivamente en territorios o temas desconocidos o poco atrayentes para ella, pero de los que se ocupa porque a quien ella ama le importa ese ámbito, y así, adquiere un interés personal para la mujer» (I).

Y aunque a algunas mal informadas y rebeldonas feministas —que por supuesto ignoran la Sagrada Escritura y su correcta interpretación bajo la Tradición y el Magisterio de la Iglesia—, no les gustará lo que sigue, la participación en la vida del varón condiciona la subordinación en la obediencia de la mujer, tal y como está ordenado por la palabra de Dios. Porque, explica santa Edith, ya que el hombre se dedica según su naturaleza inmediatamente a lo suyo; la mujer se dedica a ello por amor a él, y de este modo, lo adecuado es que lo haga bajo su dirección, pues el hombre tiene por vocación natural ser cabeza y protector de la mujer, mientras que ella tiene una inclinación natural a la obediencia y al servicio.

Si aquí algunas voces comienzan a alzarse en contra de esto, permítanme apoyar a santa Edith Stein, recordando rápidamente los casos de mujeres líderes quienes, aparentemente, no se sujetaron a ningún “jefe varón”: Santa Teresa de Jesús, reformadora de la orden del Carmelo (ramas femenina y masculina) y santa Teresa de Calcuta (fundadora de las Hermanas de la Caridad), quienes al ser cabeza, no tenían jefe. Sin embargo, ambas se sujetaron siempre, obedientemente, a la Iglesia, representada en el Papa, los obispos y directores espirituales, siempre sujetas al varón, cuya dirección veían como “puesta por Dios”.

Ahora bien, estos dones femeninos de los que hablamos, injertados en Cristo, serán la garantía del éxito en la mujer, pero dejados por sí mismos, sin Dios , pueden llevarla a su ruinasin Mí, nada pueden hacer (Jn 15,5), en vano se esfuerzan los constructores si el Señor no edifica la casa (Sal 127)—; si alguien quiere profundizar sobre esto le presento dos sugerencias —las cuales no son las únicas, ¿eh?—: conseguir las conferencias de santa Edith Stein de 1926 a 1933 (vale la pena); o bien, tener paciencia y esperar, por amor de Dios, a que el Señor me permita realizar, algún día, el artículo correspondiente.

Para las personitas que se refugian en el argumento de que “nadie te enseña a ser buena madre”, les aseguro que nada hay más falso que eso, Dios a todo provee, nada hay imposible para Él, y si ve la buena voluntad de la mujer, se adelantará incluso para ayudarla en cualquier actividad que emprenda, sea sencilla como barrer la casa — porque incluso en ese tipo de actividades humildes se puede enseñar algo bueno a quienes nos rodean— o tenga que educar oportunamente a sus hijos combinándolo con su trabajo.

Saltándome un poco la perfección de Madre que es la Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, quien merece un artículo aparte y quien es modelo para todas las mujeres, les presento ejemplos reales, tangibles, de mujeres ordinarias que, con la ayuda de Dios, supieron ser madres extraordinarias, esposas y/o trabajadoras excepcionales, porque el Señor era el centro de su vida —que conste que pongo muy pocos porque esto ya se alargó y no quiero abusar de su paciencia—. Ojo, que aquí no son los hijos, ni el marido el centro de la vida de la mujer, sino Dios y que, sin embargo, por amor a Él, amaron perfectamente, según sus capacidades y circunstancias, a su familia y a la sociedad, cumpliendo incluso la perfección del concepto más católico [universal] de “familia”, pues ellas pueden repetir con Jesús: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?... todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre (cfr Mt 12,48-50). En fin, sus vidas respaldan lo que acabo de decir:

1. Santa Gianna Beretta Molla †1962.
Pediatra italiana, casada con Pietro Molla, que al enfermar de cáncer, decidió continuar con el embarazo de su cuarto hijo, en vez someterse a un aborto, como le sugerían los médicos para salvar su vida. Su vida es un ejemplo de equilibrio entre su trabajo y su misión de madre de familia y esposa.

2. Santa Celia Guerin †1877. Costurera francesa, tenía un negocio de encajes —pequeña micro-empresaria, diríamos ahora—; casada con el relojero Luis Martin, ama de casa y costurera con una familia ordinaria y un matrimonio lleno de amor y sin incidentes, pero llena de Dios. ¿Los resultados? es madre de santa Teresa de Liseux, doctora de la Iglesia y de cuatro hijas más, todas ellas carmelitas.

3. Santa Silvia †592. Era de una familia distinguida como la de su marido, el romano Gordiano. Tuvo dos hijos, uno de los cuales es San Gregorio Magno, Padre y Doctor de la Iglesia. Se destacó por su gran piedad, y dio a sus hijos una excelente educación. Después de la muerte de su esposo se dedicó enteramente a la religión.

4. Santa Clotilde †545. Hija del rey de los burgundios de Lyon y Caretena, se casó con el rey Clodoveo, fundador de la actual Francia, y gracias a ella el rey se convirtió al cristianismo, volviendo a toda la nación francesa católica. Era amada por todos a causa de su gran generosidad con los pobres, su pureza y devoción. Sufrió la pérdida de su primogénito siendo aún bebé y de su hija en plena juventud.

Tuvo la enorme tristeza de ser testigo de que dos de sus hijos llegaran a las armas por la sucesión del trono… Un día, cuando los dos ejércitos estaban listos para el combate, por las oraciones de su madre ante la tumba de san Martín de Tours, estalló una fuerte tormenta que impidió la batalla. Gracias a la oración de la reina, los hermanos se reconciliaron.

5. Venerable Margarita Occhiena †1856. Italiana casada con Francisco Bosco quedó viuda muy joven (29 años) y tuvo que sacar adelante a su familia, ella sola, en un tiempo de hambruna cruel. Cuidó de la madre de Francisco y de su hijo Antonio, a la vez que educaba a sus propios hijos, José y Juan, quien sería el santo fundador de los Salesianos (san Juan Bosco).

Mujer fuerte, de ideas claras. Decidida en sus opciones, observaba un estilo de vida sencillo y hasta severo. Se mostraba, sin embargo, amable y razonable en cuanto se refería a la educación cristiana de sus hijos. Educó a tres chicos de temperamento muy diferente sin mortificar jamás al ninguno de ellos ni intentar igualarlos a los tres. Más de una vez se vio obligada a tomar decisiones extremas (tal como tener que mandar fuera de casa al más pequeño a fin de preservar la paz en casa y ofrecerle la posibilidad de estudiar); con gran fe, sabiduría y valentía, miraba de comprender la inclinación de cada hijo, ayudándoles a crecer en generosidad y en espíritu emprendedor.

Trabajando junto a su hijo, san Juan Bosco, Margarita procuraba que los niños de la calle recibidos por él en el oratorio, fueran bien atendidos y cuidados, brindándoles el calor maternal tan necesario en esa edad. Era analfabeta, pero estaba llena de aquella sabiduría que viene de lo alto.

6. Santa Felicitas †Siglo II. Madre de siete hijos, todos santos y mártires como su madre. Era de familia acomodada y con prestigio en la antigua Roma, al quedar viuda se había consagrado a Dios, vivía dedicada a la oración y las obras de caridad para con los más necesitados. Según la tradición, su ejemplo y el de sus hijos, hicieron convertir a la fe cristiana a numerosos conocidos suyos que vivían en la idolatría.

Sin embargo, al negarse a adorar a los ídolos, fue sometida a tormento junto con sus hijos: «Publio, prefecto de Roma, mandó que la madre y sus hijos compareciesen ante él. Tomó aparte a Felicitas y trató por todos los medios de inducirla a ofrecer sacrificios a los dioses para no verse obligado a imponerle el castigo a ella y a sus hijos. Pero la madre respondió: “No trates de atemorizarme con tus amenazas ni de ganarme con tus halagos, porque el Espíritu de Dios, que habita en mí, no permitirá que me venzas, sino que me sacará victoriosa de todos tus ataques.” Publio replicó: “¡Infeliz de ti! ¡Si lo que quieres es morir, muere entonces, pero no mates a tus hijos!” “Mis hijos, respondió Felicitas, vivirán eternamente si permanecen fieles a la fe, pero si ofrecen sacrificios a los ídolos, les espera la muerte eterna”.

Al día siguiente, el prefecto mandó llamar de nuevo a Felicitas y sus hijos y dijo a ésta: “Apiádate de tus hijos, Felicitas, pues están en la flor de la juventud”. La santa replicó: “Tu piedad es impía y tus palabras crueles”. En seguida, se volvió hacia sus hijos y les dijo: “Hijos míos, levanten los ojos al cielo, donde los esperan Jesucristo y sus santos. Permanezcan fieles a su amor y luchen valientemente por sus almas”.

Publio entonces mandó que la azotaran y llamó entonces, por separado, a cada uno de los jóvenes y trató de conseguir, con promesas y amenazas, que adorasen a los dioses. Como todos se negaron, ordenó que los azotaran y los encerraran en un calabozo. Finalmente, fueron juzgados por jueces diferentes y condenados a diversos géneros de muerte: Genaro murió destrozado por los látigos; Félix y Felipe perecieron a golpes de mazo; Silvano fue arrojado al río Tíber; Alejandro, Vidal y Marcial alcanzaron la corona por la espada. Finalmente también Felicitas, después de haber visto morir a sus hijos, fue decapitada.» (Martiriólogo romano, 640)

El papa San Gregorio Magno en una de sus homilías dijo que «Felicitas que tenía siete hijos, temía que alguno le sobreviviese, como otras madres temen sobrevivir a sus hijos. Su martirio, decía, fue mayor, ya que, al ver morir a todos sus hijos, sufrió el martirio en cada uno de ellos. Ella fue la última en morir; pero desde el primer momento sufrió, de suerte que su martirio comenzó con el del primero de sus hijos y terminó con su muerte. Así ganó no sólo su propia corona, sino la de todos sus hijos. Al presenciar sus tormentos Felicitas permaneció constante, sufrió, porque era madre, pero se alegró porque poseía la esperanza. En ella, la Fe triunfó sobre la carne y la sangre, cuando en nosotros no es capaz de vencer las pasiones y arrancar nuestro corazón de este mundo corrompido». Homilía III in Evangelium; Patrología Latina, 76, 1086

7. Beata Ortolana de Asís †Siglo XII. De una familia italiana muy distinguida de Asís, se distinguió por su piedad cristiana. Casada con Favarone, Conde de Sasso–Rosso, tuvo como hijas a dos grandes santas: Inés y Clara de Asís (fundadora de las clarisas) y, al quedar viuda se reunió con ellas para convertirse también en clarisa y así terminar sus días en olor de santidad.

8. Beata Concepción Cabrera de Armida †1937. Mexicana educada en su casa, fue madre de nueve hijos, dos de los cuales abrazaron el estado religioso. Casada felizmente con Francisco Armida. El ser esposa y madre no la alejó de la vida espiritual. Tras la muerte de su esposo, lejos de quedarse hundida en la depresión sacó adelante a los hijos, haciendo todo lo que estaba en sus manos, para poder superar los efectos de la crisis económica en la que se encontraban. Aprendió a confiar en Dios, dejándose hacer y deshacer por el Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de la Inmaculada Virgen María. Nunca se dejó vencer por el miedo o el desaliento.

Fundadora de las obras de la Cruz: Apostolado de la Cruz (1894), Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús (1897), Alianza de Amor (1909), Fraternidad de Cristo Sacerdote (1912) y Misioneros del Espíritu Santo (1914). Finalmente, soportó la muerte de algunos de sus hijos con la entereza cristiana, sostenida por su esperanza.

Quiero terminar este artículo transcribiendo fragmentos del contenido de una carta que la beata Conchita Cabrera dirigió a su hijo Ignacio, en los que refleja claramente, un ejemplo de maternidad cristiana a la cual están llamadas todas las mujeres. Dios les bendiga y gracias por su paciencia.

«Nachito, hijito de mi alma tan querido:
[…] si Dios nuestro Señor dispone llevarme, te encargo que no olvides mis consejos. Sé muy buen cristiano ante todo; comulga a menudo, tenle mucha, pero mucha devoción y amor a la Santísima Virgen, mandándole decir una Misa cada mes y encomendándole tus empresas y porvenir. No vayas solo y joven a los Estados Unidos ni a Europa. Si Dios te destina para casado, consúltalo y ve al altar guardando la virginidad. Sé ejemplo de tus hermanos menores, aconséjalos, tenles paciencia, no tengas preferencias exteriores entre Pablo y Salvador. Te encomiendo a Lupe muy especialmente. A Corona mucha caridad y cariño.

Lleva las riendas del gobierno si te quedas a vivir con tus hermanos y ten cuidado de los criados; todos cumplan con la Ley de Dios. Confiésate con frecuencia, nunca te acuestes con pecado. Sé muy bueno en cualquier estado en que Dios te ponga. Créeme que siempre te he querido mucho mucho y si he sido severa en algunos puntos ha sido por tu bien. Adiós, hijito del alma, hasta el Cielo, allá te espero, hazte digno de ir a él amando mucho a Dios, siendo un cristiano ejemplar y viviendo muy unido con Pancho [el hermano mayor] y tus hermanos.

No te metalices y pienses sólo en el dinero, acuérdate de tu alma; y que nada vale todo lo de aquí abajo que tan rápido podemos dejar; atesora para el Cielo, ten un director de tu alma siempre a quien confiar todas tus penas y no me olvides en tus oraciones. Allá te espero, vendré por ti, pero pórtate como mi hijito a quien tanto amo. Te bendice con toda su alma tu mamá.

Concepción.» (Cartas de una madre de familia, 37).

Autor: Laus Deo

«¿Qué cosa más real que someter el espíritu a Dios y la carne al espíritu?

¿Qué cosa más sacerdotal que rendir homenaje a Dios con la conciencia pura, y ofrecerle en el altar del corazón puros holocaustos de piedad?

Entonces seremos reyes y sacerdotes como dice el Apocalipsis.»

(San León Magno, Padre y Doctor de la Iglesia,
Serm. de la Natividad)

Nada te turbe

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,


La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.


Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.

Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.

Autor: Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia

«Si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen María,
ya que por medio de Ella recibió a Cristo,
de modo semejante le debe a San José,
después de Ella,
una especial gratitud y reverencia.»

(San Bernardino de Siena, Doctor de la Iglesia,
Sermón 2)

La Negociación de San José

Hacía un buen rato que, ante la puerta de entrada al Cielo, el Ángel Guardián había visto a un chico joven que no hablaba con los que tenía alrededor, se movía inquieto de un lado a otro e incluso -cosa rara- había dejado pasar a un grupo que venía charlando animadamente.

Cuando le tocó el turno lo comprendió enseguida. El muchacho acababa de sufrir un accidente de motocicleta en la tierra por llevar encima unas cuantas copas de más y por exceso de velocidad.

- Te has equivocado de puerta –le dijo brevemente el Ángel-; aquí sólo entran los que no tienen culpa alguna y la mayoría tras haber pasado una buena temporada en el Purgatorio. Y yo no puedo darte un pase para ir allá porque lo tuyo es grave.

- Sí, sí, ya lo sé, dijo arrepentido el muchacho. Pero he venido para hablar con mi buen amigo San José. Hasta hoy le he invocado todos los días y como es el patrón de los moribundos... ¿No podrías avisarle que estoy aquí, en la puerta, por favor?

- Lo haré sólo para que no digan luego que aquí no atendemos a todos, pero te advierto que no hay cosa alguna que pueda hacer por ti. Mientras tanto, aguarda en aquel rincón y deja pasar a los demás.

Unos instantes después, el joven se encontró frente a frente con San José, quien al verle le preguntó sorprendido: Pero hombre, ¿tú por aquí?, ¿Cómo has venido tan pronto? Yo te esperaba dentro de unos años y con virtudes acumuladas. Ya sabes que aquí lo que cuenta es el Amor, la capacidad adquirida mientras se está en la Tierra...

- Oh, sí, mi buen patrón, San José. Pero ha sido un accidente, cuando iba rapidísimo por haber bebido más de la cuenta y me sentía herido tras la discusión con mis amigos por el partido del domingo. Ya sabes que el fútbol me envenena.

- Vaya, hombre. Pues lo tienes muy mal. Aquí no valen las excusas ni las recomendaciones. Aquí no hay corrupción de ningún tipo.

- ¡Ah! pues estoy perdido San José. ¿Y tú vas a dejar que me condene porque no tuve tiempo de confesarme? Cuando iba con la moto me sentía culpable, pero me había enfadado tanto que perdí el control; se habían reído de mí...

- Pero ahora es demasiado tarde para arrepentirse; hay que pedir perdón enseguida que uno se da cuenta que ha metido la pata, con la idea de confesarse en la primera ocasión, ¡esto ya lo sabías!

- Oh, sí, pero fue todo tan rápido... pensaba que iba alocado, cuando al salir de la curva me he encontrado con aquel tráiler tan largo...

-...que has chocado con él porque te has salido de tu carril, ¿verdad?

- Sí, tienes razón, San José. Pero tú sabes bien que me confieso con frecuencia y que si no hubiera sido por el accidente hubiera pedido perdón. ¿No podrías interceder por mí ante el Señor? A ti te escuchará. Te he invocado todos los días como patrón de la buena muerte. ¿Me vas dejar en el hoyo por un miserable accidente?

- Me lo has puesto muy difícil, la verdad. Pero... voy a ver lo que pueda hacer; espérame aquí.

El Ángel Guardián vió la cara de preocupación de San José cuando pasaba ante él para entrar de nuevo en el Cielo, y miró de reojo al muchacho que, llorando, estaba aguardando en el rincón.

En el mismo momento San José se presentaba ante la Majestad de Dios.
- Señor...
- ¿Qué quieres mi buen José?
- Quisiera , Señor, interceder por un muchacho amigo mío que ha venido a verme.
- ¿ Y qué le pasa? ¿Por qué no viene contigo?
- Verás, Señor... Acaba de tener un accidente en la tierra y ha muerto sin confesar sus últimas faltas.
- Pues, lo siento, mi buen José. Tú sabes muy bien el reglamento y aquí no hay excepciones.
- Sí, mi Señor; pero le conozco bien porque me invoca todos los días y si no hubiera tenido el accidente, se hubiera confesado.
- Pero, ni siquiera me ha pedido perdón en el instante del choque fatal. Era entonces y no ahora cuando Yo le hubiera perdonado.
- Claro, Señor, claro. Pero... como yo soy el patrón de los moribundos, voy a quedar en entredicho en la tierra y no puedo abandonarle...
- Ya sabes que me gustaría poder complacerte, mi buen José, pero en este caso no puedo hacerlo.
- Muy bien, Señor, Tú mandas. Pero si Tú no le perdonas, yo... yo no tengo más remedio que irme con él.
- ¿Pero qué dices?
- Sí, Señor; creo que no debo escandalizar a mis devotos en la tierra y me hago solidario con él.
- Lo voy a sentir mucho, José, pero si tú lo decides... puedes marcharte. Te echaré mucho de menos, pero Yo no puedo faltar al Reglamento...
- Ah, Señor. Pero... si yo me voy, tengo que llevar conmigo a mi Mujer, a María Inmaculada, a quien Tú mismo me diste por Esposa...
- ¡Pero hombre!
- Y donde van los padres, Señor, van también los hijos; así que Jesús...
- ¿Cómo?

La Mirada que todo lo penetra se fijó en la figura sumisa y amable de aquel hombre fuerte y valiente que tanto había querido en la tierra. Esbozó una sonrisa y añadió:
- Vamos a arreglar este asunto, mi buen José. Vete a decir a tu protegido que voy a dar un aliento de vida a su cuerpo todavía latente en el hospital, para que tenga tiempo de confesar y luego, después de purificarse, lo puedas tener aquí.
- Oh, muchas gracias, Señor. ¡Cómo eres de admirable, Padre Misericordioso! Te adoro amorosamente, Señor.

El Ángel de la puerta quedó atónito al ver el rostro sereno y sonriente de San José cuando pasó ante él y al contemplar cómo despidió al muchacho tras cruzarse unas palabras y saludarse diciendo:
- ¡Hasta la vista!

El Espíritu Angélico miró al Cielo que estaba radiante y susurró bajito: ¿será posible?

Fuente: Cuento de J. Morera.

«Sólo la esperanza, Señor, obtiene misericordia ante Tí,
y sólo pones el bálsamo de Tu Misericordia
en el vaso de la esperanza.»

(San Bernardo de Claraval, Doctor de la Iglesia,
Sermón 3 de la Anunciación)

Y a tí,
¿cómo te mira Jesús en el Sagrario?

Llamo tu atención, toda tu atención, lector, quienquiera que seas, sobre la ocupación primera que he descubierto del Corazón de Jesús. Jesús está aquí.

El verbo es Estar… No te fijes ahora en que Jesús está allí consolando, iluminando, curando, alimentando..., sino sólo en esto, en que está. Pero ¿eso es una ocupación?, me dirá alguno. ¡Si parece que estar es lo opuesto a hacer!

Y, sin embargo, te aseguro, después de haber meditado en ese verbo aplicado al Corazón de Jesús en su vida de Sagrario, que pocos, si hay alguno, expresarán más actividad, más laboriosidad, más amor en incendio que ese verbo estar.

¿Vamos a verlo? Estar en el Sagrario significa venir del cielo todo un Dios, hacer el milagro más estupendo de Sabiduría, Poder y Amor para poder llegar hasta la ruindad del hombre, quedarse quieto, callado y hasta gustoso, lo traten bien o lo traten mal, lo pongan en casa rica o miserable, lo busquen o lo desprecien, lo alaben o lo maldigan, lo adoren como a Dios o lo desechen como mueble viejo... y repetir eso mañana y pasado mañana, y el mes que viene, y un año, y un siglo, y hasta el fin de los siglos... y repetirlo en este Sagrario y en el del templo vecino y en el de todos los pueblos... y repetir eso entre almas buenas, finas y agradecidas, y entre almas tibias, olvidadizas, inconstantes y entre almas frías, duras, pérfidas, sacrílegas...

Eso es estar el Corazón de Jesús en el Sagrario, poner en actividad infinita un Amor, una paciencia, una condescendencia, tan grandes, por lo menos, como el poder que se necesita para amarrar a todo un Dios al carro de tantas humillaciones.

¡Está aquí! ¡Santa, deliciosa, arrebatadora palabra que dice a mi fe más que todas las maravillas de la tierra y todos los milagros del Evangelio, que da a mi esperanza la posesión anticipada de todas las promesas y que pone estremecimientos de placer divino en el amor de mi alma!

El Corazón de Jesús en el Sagrario me mira. Me mira siempre. Me mira en todas partes...

Me mira como si no tuviera que mirar a nadie más que a mí.

¿Por qué? Porque me quiere, y los que se quieren anhelan mirarse. A la madre que se lleva las horas muertas sin hablar y casi sin respirar, junto a su hijito que duerme, pregúntenle qué hace y les responderá: miro a mi hijo...

¿Por qué? Porque lo quiere con todo su corazón y su cariño le impide hartarse de mirarlo.

Y su pena, ¿saben cuál es?: no poder seguir al niño de su corazón con su mirada, siempre, ahora de niño y después de hombre. Si ella pudiera no perderlo de vista, ¡cómo gozaría, cómo defendería, cómo acompañaría a su hijo...!

¡Cómo sienten las madres no tener un cariño omnipotente! Pero el Corazón de Jesús me quiere a mí y a cada uno de nosotros con un cariño tan grande como su Poder, y su Poder ¡no tiene límites! ¡Un Cariño Omnipotente!

¡Sí, Él me sigue con Su mirada, como me seguiría mi madre, si pudiera! Alma, detente un momento en saborear esta palabra: El Corazón de Jesús está siempre mirándome.

¿Cómo me mira a mí?...

Hay miradas de espanto, de persecución, de vigilancia, de amor. ¿Cómo me mira a mí el Corazón de Jesús desde su Eucaristía?

Ante todo te prevengo que su mirada no es la del ojo justiciero que perseguía a Caín, el mal hermano.
No es aquella mirada de espanto, de remordimiento sin esperanza, de justicia siempre amenazante. No, así no me mira ahora a mí.

¿Cómo me mira? Vuelvo a preguntar. El Evangelio me responde que hay tres tipos de Mirada Divina en el Sagrario: Una es la mirada que tiene para los amigos que aun no han caído, otra es para los amigos que están cayendo o acaban de caer, pero quieren levantarse, y la otra para los que cayeron y no se levantarán porque no quieren.

La primera mirada.
Con ella regaló al joven aquél que de rodillas le preguntaba: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? El Evangelista san Marcos (10,22), más que la respuesta que de palabra le da el Maestro bueno, pone en la cara de éste otra respuesta más expresiva: Jesús, poniendo en él los ojos, le amó.

¡Mirada de complacencia, de descanso, de apacible posesión con que el Corazón de Jesús envuelve y baña a las almas inocentes y sencillas, que como la de aquél muchacho, «había guardado los mandamientos desde su juventud»!

La segunda mirada.
Tiene por escena un cuadro triste: ¡El patio del sumo Pontífice! Allá dentro, Jesús está sumergido en un mar de calumnias, ingratitudes, malos tratos...; fuera, Pedro, el amigo íntimo, el hombre de confianza, el confidente del perseguido Jesús, negándolo una, dos, tres veces con juramento y con escándalo...

¿Qué ha pasado? Pedro ha echado a correr aguantando con sus manos cerradas lágrimas que brotan de sus ojos. Es que el Divino Reo de allá dentro ha saltado por encima de todos sus dolores, ha vuelto la cara atrás y ha mirado al amigo que caía.

¡Mirada de recuerdos de beneficios recibidos, de reproches que duelen y parten el alma de pena, de invitación a llanto perdurable, de esperanza, de perdón...!

La tercera mirada.
¡Que desoladora! ¡El Maestro, sobre lo alto de un monte, cruzados los brazos, mira a Jerusalén y llora...!

¡Así ve Jesús sobre un alma que ciertamente se condenará!... Cruza los brazos porque la obstinación y dureza de aquella alma frustra cuanto por ella se haga, y llora porque... eso es lo único que le queda que hacer a su Corazón.

Hermano, ¿con cuál de estas tres miradas serás mirado? ¡Qué buen examen de conciencia y qué buena meditación para hacer delante del Sagrario!

Corazón de mi Jesús que vives en ese mi Sagrario, y que no dejas de mirarme, ya que no puedo aspirar a la mirada de complacencia con que regalas a los que nunca cayeron, déjame que te pida la mirada del patio de Caifás.

¡Me parezco tanto al Pedro de aquel patio! ¡Necesito tanto tu mirada para empezar y acabar de convertirme! Mírame mucho, mucho, no dejes de mirarme como lo miraste a él, hasta que las lágrimas que tu mirada arranquen de mis ojos y de mi alma, abran surcos, si no en mis mejillas como en las de tu amigo Pedro, al menos en mi corazón destrozado por la pena de haberte ofendido con el pecado.

Mírame así: te lo repito, y que yo me dé cuenta de que me miras siempre. ¡Que yo no quiero verte delante de mí llorando y con los brazos cruzados... que soy yo el que quiere y debe llorar! ¡Tú, no!

Fuente: Qué dice y qué hace el Corazón de Jesús en el Sagrario, por el beato Mons. Manuel González García.

«Procuremos no apartarnos, ni perder de vista a nuestro amado pastor Jesús, porque así como aquellas ovejas que están más cerca de su pastor son siempre las más regaladas y amadas, así nosotros recibiremos grandes favores siempre que nos acerquemos a Jesús en el Santísimo Sacramento.»

(San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia,
Visitas a Jesús Sacramentado)

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